Antes de Internet, cuando la gente quería comunicar algo a otra persona cuidando las formas, los detalles, las palabras, pensando bien lo que quería decir, reflexionarlo antes, contarlo despacito o simplemente adornarlo, recurría a las cartas. Estas tenían el poder de suscitar emociones intensas y provocar alegrías o desilusiones. Pero lo cierto es que eran pocos los que se atrevían a escribir cartas comprometidas, cartas difíciles o amorosas, cartas que veía el cartero o la madre del o de la adolescente, cartas en las que había que poner un sello y esperar a que llegara a su destino con la inseguridad de que se perdiera o no por el camino. El género epistolar no gozaba de auge en aquellos días sin red mundial.
Sin embargo, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que ahora está tan de moda, que no pasa un sólo día sin que la mayoría de la gente reciba o escriba una carta. Se entablan amistades por correo, se agilizan citas por correo, se envían y reciben noticias por correo y, llegando a un extremo nada deseable, se insulta por correo, y hasta se rompen relaciones por correo.
Realmente el género epistolar está cada vez más presente en nuestras vidas. Pero no creo que esto sea negativo. No sólo por la rapidez, la seguridad, la intimidad o la facilidad comunicativa, sino porque a veces decimos en los correos electrónicos aquellas cosas que no somos capaces de decir en persona, por temor a que no nos escuchen o a que no digamos al final lo que de verdad queremos decir, ya sea porque la palabra hablada es frágil y poco reflexiva, ya sea porque la vergüenza o el miedo nos lo impida. No creo que una persona deba explicar cosas importantes sólo por correo y luego evitar hablar en persona con su destinatario, porque sería muy cobarde por su parte, pero también pienso que sin llegar a esos extremos, es una revolución que se haya vuelto a la confesión escrita, a la magia de las palabras que no lleva el viento, al valor de acercarse a una persona para regalarle algún que otro sentimiento.
Pido perdón si alguna vez he parecido cobarde por usar el correo para comunicar lo que me era más fácil decir de forma escrita, pero... ¿no es esto al fin y al cabo lo que han hecho siempre los poetas?