domingo, 15 de febrero de 2009

LOS COLUMPIOS



Tengo una relación particular e infantil con los columpios. Siempre me han parecido fascinantes, y si no me reprimiera mi sentido común, me pondría en la cola con los niños que esperan a que uno de ellos se quede libre.

En el parque de María Luisa hay uno de unos 5 metros de altura. Un tesoro único para los más pequeños, y una causa de frustración para los más mayores, que miramos -no solo yo- ese columpio con la mirada de un gatito hambriento.


Recuerdo que a veces, cuando eran mis hijos más pequeños y tenía la suerte de que durmieran la siesta los dos a la vez, aprovechaba la presencia de otro adulto en casa para escaparme e irme corriendo a aquel columpio -porque a esas horas no hay niños en los parques-, aunque fuera a balancearme quince minutos. Dentro de mi cansancio de madre, esos quince minutos eran el regalo más grande que me podía hacer a mí misma. Cuando estaba montada en él, me parecía que iba a tocar con los pies los árboles y hasta el cielo. Recuerdo que gozaba de una sensación completa de libertad.


Después de esos momentos llegué a la conclusión de que siempre podemos encontrar en el día quince minutos dentro de nuestras responsabilidades, para regalarnos a nosotros mismos cualquier cosa que nos haga sentirnos así.

2 comentarios:

  1. Me regalo leer al sol después de un frío invierno (y si te parece -cuando no haya nadie-te acompaño a los columpios, ssss)

    ResponderEliminar
  2. Al final resultará que a todo el mundo le gustan los columpios. A mi también me encanta, y a no ser que tenga otra cosa en mente, nunca (nunca) me privo de montarme en uno de ellos. Es divertidisimo

    ResponderEliminar