martes, 10 de febrero de 2009
FENÓMENOS
Salí de mi casa aquel día como de costumbre, a ratos pensando en mis cosas, a ratos observando el mundo, cuando de repente un señor de unos 50 años comenzó a reírse solo por la calle, primero con un risa leve, después con una frenética carcajada.
Me quedé un poco sorprendida, pero como la risa es contagiosa, pronto me vi a mí misma entonando una sonrisa minúscula que fue creciendo visiblemente ante mi propio asombro. Mi actitud contagió a su vez a una señora que se me cruzaba en aquel momento y que empezó a reír también sin poder evitarlo.
Me fui de allí con una sensación absurda, pero divertida, y no volví a pasar por esa misma calle hasta una hora después, cuando ya regresaba a casa. Sin esperarlo en absoluto, pude comprobar que el fenómeno se había extendido por toda la acera, y mirando más allá, también en la calle de enfrente. Todo un grupo de personas riéndose solas, daban una visión cómica y a la vez encantadora, que hizo que aquella mañana, nos olvidáramos por unos momentos de mirar los escaparates, desentumeciéramos algunos músculos y sintiéramos que en el mundo aún no está todo perdido.
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