
Hace unos años estuve de voluntaria en el Teléfono de la Esperanza. Fue un tiempito corto, pero muy útil, en el que aprendí muchas cosas y me di cuenta sobre todo de lo solas que se sienten algunas personas.
Una de las cosas más importantes que aprendí fue a no dar consejos. Es tentador a veces soltarles a los demás lo que uno cree que deben de hacer, pero pensándolo bien, si el consejo se lleva a cabo y funciona, el mérito es del que aconsejó, y si sale mal, la culpa igualmente es para él.
Las personas deben ser responsables de sus decisiones y si deseamos ayudar a alguien habría que animarle a que decidiera por sí mismo, para que se equivoque o acierte él solo. El que ayuda debe enseñar a andar, no ir por ahí regalando muletas.
Sin embargo esto es más difícil de lo que se piensa. Y es que el que escucha a una persona con problemas tiende a querer solucionarle la vida, porque así se ganará el galardón de héroe extraordinario, necesario e insustituible. Es el ego personal el que a menudo nos hace dar consejos.
Por esta razón si de verdad se quiere ayudar, el que escucha debe pasar a segundo lugar, y si la ayuda ha sido efectiva, el sufriente jamás recordará como alguien especial al que un día le ayudó a salir de algún agujero.
Desde entonces procuro morderme la lengua cuando algún consejo quiere escapárseme de la boca.
Yo siempre busco consejo de mis oyentes. Eso me enriquece. Siempre los consejos hay que meditarlos cuando te los dan y decidir por uno mismo si se hace efectivo o no. El mérito del consejo es del que lo da, pero el mérito de que los planes salgan bien es del que lo lleva a cabo.
ResponderEliminarHace poco una compañera me dijo "tú tienes claro lo que debes hacer y me lo estás contando para que te dé mi bendición". Yo lo que buscaba era que me ayudase a perfeccionar mi "plan de ataque" al problema.
Para mí los consejos son importantísimos y me encanta que me los den para poder conocer otros puntos de vista y otras posibilidades que quizás no se me habían ocurrido.