domingo, 7 de septiembre de 2008

LA TELEVISIÓN


QUINO

Hace ya unos cuantos años que no veo la televisión. No tengo ni el aparato en sí en mi casa. Y no lo hago por esnobismo ni por llamar la atención, sino que más bien el asunto es algo incómodo. ¿No te has enterado de tal noticia?, ¿no sabes quién es fulanito?, ¿no has visto nunca tal programa? Y como un bicho raro, la respuesta es casi siempre negativa. No es agradable, no, de verdad, no poder seguir a veces el hilo de una conversación.
Lo peor de todo es que al ver de vez en cuando una película, me siento como un medieval que mira por primera vez esa caja extraña donde se ven personas cortadas por la mitad. Y no es que a mí me sorprenda el avance tecnológico de un televisor, puesto que me he criado con él, sino que las películas me emocionan demasiado, sufro, lloro, río, y hasta tengo crisis existenciales de unas horas por asistir a ese espectáculo de luces, sonidos y efectos especiales a los que ya no estoy acostumbrada.
No veo la televisión porque tengo otras cosas mucho mejores que hacer, y porque para descubrir algo bueno en ella, que seguro que lo tiene, tendría que tragarme kilos y kilos de tiempo perdido. No me merece la pena, a mí personalmente, que celebro la vida, gastarla inútilmente.

El tiempo es oro, como dice el refrán, y en estos que corren, donde más bien escasea, me resisto a tirarlo a la basura.

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