Cuando me veo diez años atrás, me digo que cuanto más vieja, más maniática. Miro los ingredientes de los alimentos, me echo en la cara nada más que aceites, me he comprado nueces de lavado para no usar detergentes ni suavizantes, sustituyo en la medida de los posible medicinas por remedios naturales, y me compro cada vez menos cosas para sentirme más ligera. La miel pura, la ropa de algodón, los estiramientos, el té de media tarde...
Lo bueno de todo esto es que no supone -como muchos creen- un sacrificio para mí, sino todo lo contrario: cada vez disfruto más de estas pequeñas manías, de estos pequeños placeres.
Cuando mis hijos me piden de vez en cuando un donuts, no les digo que no, ni cuando quieren ir a una hamburguesería me niego o dejo de tomarme una hamburguesa. No soy radical en mis costumbres, pero al ver la lista de hábitos que he cambiado en los últimos tiempos, me da la impresión de que estoy haciéndome más vieja, y que, aunque parezca mentira, no me importa.
Quería decirte antes de nada que me encanta este blog :)
ResponderEliminarLo leo desde hace tiempo y me gustan mucho las reflexiones que escribes. Yo también pienso que hay que disfrutar cada instante de la vida, y sigo esa filosofía de intentar apreciar las pequeñas cosas, porque sin su belleza la vida no sería tan bonita.
No es lo mismo tomar un buen té hecho en tetera y sobre una taza agradable, a coger un té de bolsa meterlo en un vaso y calentarlo al micro.
No es lo mismo comer pollo congelado a prepararlo tu mismo con cariño.
Y tampoco es lo mismo ir con prisas para llegar a los sitios sin disfrutar de el paseo.
Pienso que mientras los seres humanos no aprendamos a disfrutar del camino sin centrarnos solo en la meta, nunca seremos felices. Siempre surgirá otra meta, siempre querremos más, y si no valoramos lo que tenemos será como si no tuviesemos nada.
Un beso.
Gracias por tu comentario. Es muy agradable saber que puedo compartir con alguien este blog y el mismo entusiasmo por la vida.
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