jueves, 7 de agosto de 2008

DOS HORAS



El otro día mi hija estuvo media hora preguntándome que cuánto faltaba para que fuéramos a un lugar al que ella deseaba ir con todas sus ganas.
-Dos horas- le dije.
-Pues yo quiero que pasen esas dos horas ¡ya!- me contestó.
Entonces le expliqué que si estaba pensando continuamente en ese momento, se iba a perder esas dos horas valiosas del día en las que podía hacer algo interesante y que la vida había que aprovecharla porque se acababa.
-Pero mamá, si la vida es muy larga- me contestó.
Entonces tuve dos opciones: una, no sacarla de su autoengaño y decirle que era verdad y otra, devolverla al mundo real y explicarle lo que todos deberíamos tener en cuenta siempre: que nunca sabemos cuándo vamos a morir porque la vida es imprevisible, y que sí, hay que aprovecharla y disfrutarla al máximo.
Aunque por unos instantes dudé, decidí al fin seguir con mi compromiso de vivir lo más plenamente posible y optar por la segunda opción.

No hubo dramas. Ni siquiera un ápice de decepción o extrañeza en su rostro. Los niños son sabios y aceptan las cosas tal y como son, si ven coherencia en ellas. Y además, es mejor que vayan sabiendo cuanto antes cómo funciona este mundo y que aprendan a absorberlo todo mientras puedan.
-Bueno, mami, voy a seguir jugando, pero avísame cuando pasen esas dos horas, ¿vale?

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