viernes, 20 de febrero de 2009

LO QUE NUNCA ME PODRÁN QUITAR



No me podrán quitar nunca
la infancia,

el olor de las rosquillas recién hechas,

lo que vi con seis años mirando a la luna
,
aquella sensación de amor incondicional,

pasara lo que pasara,

hiciera lo que hiciera.


No me podrán quitar nunca

la inquietud del primer beso,

la esperanza juvenil

de que el príncipe azul existía,

la amistad por encima de todo,

el descubrimiento del refugio interior.


No podrán quitarme nunca

la primera vez que vi una montaña,

las tardes de césped en la Facultad,

la risa interminable con mi mejor amiga,

el sabor del bocadillo a media tarde,

aquella canción en mi memoria.


No me podrán quitar nunca
el placer de amar a mis hijos,

la vocación de enseñar lo poco que sé,

la fuerza de una voluntad poderosa,
el asombro de existir,
mi última esperanza.

No me podrán quitar nunca
el deseo de lo que no puedo tener,
poder hacer cualquier cosa
con la imaginación,

las ganas de volar,
algún poema en mi cabeza,
ese sueño que tuve.


No podrán quitarme nunca

la intensidad con la que amo,
el deseo de compartirlo todo
-lo que vi, lo que escuché,

lo que sentí-,

el calor que todavía guardo
de algún gesto amable.

Y no podrán quitarme nunca
lo que sólo depende de mí,

el eje que me hace mantenerme en pie:

sentirme a pesar de todo
y para siempre,

partícipe del milagro único
de estar viva.


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