Sé que no se debe filosofar sobre ese asunto misterioso que es el amor, pero voy a permitirme una humilde y rebatible reflexión...
El amor es como una casa. No se construye en las nubes -por aquello de la fuerza de la gravedad-, sino desde abajo. Se colocan los pilares sobre el suelo, se van poniendo ladrillos -no paja ni madera, no vaya a venir el lobo-, se enfoscan las paredes y se colocan los muebles. Una vez terminada la casa, siempre habrá alguna habitación oscura, algún cuadro mal colocado y por supuesto algún desperfecto. Esto -aceptémoslo- formará siempre parte de cualquier hogar. Pero si somos buenos habitantes de la casa, limpiaremos todos los días, reformaremos de vez en cuando y pintaremos las paredes.
No hay dos casas iguales, no hay casas perfectas, pero el único requisito para que la casa de la que hablo funcione, es que debe ser cuidada por dos personas. Solo así puede construirse y mantenerse. Porque el amor es de dos y que me perdonen los poetas, pero el amor que no es correspondido dudo mucho de que sea amor.
Por otra parte, siempre existen los terremotos, que la pueden hacer tambalear o incluso destruir. Pero esto es un riesgo que hay que asumir en toda obra de construcción.
Esta entrada es simplemente fantástica. Opino que el buen amor es como una casa, el amor que es para siempre y del que siempre pueden quedar unas ruinas sobre las que se puede volver a edificar.
ResponderEliminarEl que se queda en las nubes se extingue tan rápido como tarda en llegar la tempestad.
Un beso, Kindlist.
El problema, digo yo, es encontrar una persona que piense así y quiera colaborar en las tareas del hogar porque, lamentablemente, no todo el mundo quiere construir, ni limpiar, ni aceptar con deportividad la presencia latente de grietas que hay que rellenar y repellar periódicamente. No, ahora lo más normal es huir, dejar las tareas para otro. Sigamos buscando quien sepa hacer buenas mezclas y enfoscados, al menos alguien que quiera mancharse las manos y ponerse a la faena.
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