Aquella mujer cogió su tristeza, la dobló cuidadosamente, la metió en la bolsa de la basura, cerró la bolsa —no sin alguna dificultad, puesto que no todas las tristezas caben en una bolsa de basura de tamaño normal—, salió a la calle y tiró la bolsa en el contenedor.
Brillaba el sol y su vestido parecía nuevo. Curiosamente, el mundo también le parecía nuevo a ella. La calle relucía con un esplendor de cuadro recién pintado, los perros de la calle orinaban chorrillos de luz en las farolas y las viejecitas de la calle se encorvaban como un signo de interrogación trazado temblorosamente por un niño que estuviera aprendiendo a escribir. Y ella misma se sentía resplandecer.
-¿Qué te has hecho?- le preguntaban sus amistades- Pareces otra.
Nadie formulaba la pregunta correcta: ¿de qué te has deshecho? Pero si la respuesta es buena, la pregunta es lo que menos importa.
Miguel Ibáñez de la Cuesta
Hoy me he levantado algo triste. Con una tristeza menudita, que hace doler el cuerpo -porque la tristeza duele-, un poco con el alma del revés, con la mente inquieta, con una lágrima sangrando sin salir... Y me he acordado de este delicioso cuento que habla de la tristeza y que sirve para las tristezas grandes, de esas que sí hacen daño de verdad, de las que más vale deshacerse en seguida...
Entonces, después de leerlo, me di cuenta de que hoy mis penas son pequeñas y arrebatadoras tristezas que no quiero tirar a la basura, que a veces resistirse a ellas es más triste que dejarlas vivir, y decidí seguir celebrando la vida cogiéndolas de la mano. Y es que en cierto modo me hacen sentir aún más viva que antes.
Gracias, pequeña tristeza, por poder sentirte hoy enredada suavemente en mí.
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