jueves, 29 de noviembre de 2007

POR QUÉ AMÉRICA ES MÁGICA



Cuando amamos el misterio que envuelve cada rincón de nuestra realidad, tan múltiple, visible e invisible como nosotros mismos, cuando la magia la sabemos pegada a la esencia misma de todas las cosas y cuando nos intuimos recién salidos de una chistera, se puede decir que tenemos los ojos abiertos a la existencia auténtica y el alma en posición vertical. Y es entonces cuando la realidad toma la forma de un circo extraordinario, donde cualquier cosa puede ocurrir.
El realismo mágico en la literatura hispanoamericana es tan sólo la descripción de esto mismo, de esta realidad filtrada a través de esas miradas alertas. Simplemente. Sería el acto de trazar en unas páginas el misterio, la historia de una alucinación, que es el vivir, hecha realidad por medio de la realidad misma. Y es que en ella misma, los sueños, si los miramos bien, se unen al despertar por una línea casi cósmica, por un delirio extrasensorial, por la clave de la sinrazón que entiende que no entiende de razones, sino que es pura armonía lógica e ilógica, libre porque está despojada de trampas razonables, y mientras más humana, más todopoderosa.
Lo insólito en la literatura es el colmo de la libertad de un ser que escoge vivir una aventura posible a través de lo imposible y otro ser que desea ser cómplice de ese experimento. Es la historia de un quijote que no está loco y encima vuela, que no le hace falta ni lanza ni armadura para creer en castillos y princesas o para defender rufianes, que no tiene que obsesionarse por culpa de unos libros de fantasía para poder crear su propio mundo, sino simplemente observar la rotunda sencillez de lo percibido con un espíritu que roza lo lunático. Pero este ser que describe el mundo con estas gafas, parece no inventar nada extraordinario, sino todo lo contrario, sólo descubrir lo cotidiano, dotándolo de unas cualidades que parecen ser creíbles y absolutamente comunes. El autor, con una fe en su mundo que mueve montañas, hace resaltar el revés de lo cotidiano, maravilloso de por sí, para ofrecérnoslo en bandeja sin gritos ni manicomios. Esa es la riqueza de los escritos insólitos, porque nos hace entender que por muy acostumbrados que estemos a presenciar los detalles de la existencia, ésta no deja de ser por ello mágica y riquísima, tal como la vería un niño o un extraterrestre.
Y no es raro que en América latina sea el lugar donde estas aventuras de la experiencia se intensifiquen y describan, pues ella, atravesada desde siempre por una magia verde y caprichosa, ha sido reinventada tantas veces a causa de los avatares de su historia, tan rebuscada y tantas veces perdida en tantos pueblos, tan recreada por tantas identidades que buscan desesperadamente saber quiénes son, que no es extraño que sea en estas regiones donde el mundo se sienta más vivo que en ninguna otra parte.
Dice el filósofo Jaspers que hay dos tipos de existencia: la empírica, propia de seres automatizados, "sobrevivientes" y semidormidos, y la auténtica, ligada a los que han despertado, a veces por situaciones límites o a través de un dolor intenso.
Por eso la mirada de América, rota y dolorida, todo, todo lo ve y lo multiplica, lo insólito se les revela y lo cuadriculado se vuelve redondo.

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