sábado, 23 de febrero de 2008
Las etapas de la felicidad
Al principio se encuentra la felicidad del oso. Duerme, come, duerme, come y poco más. Es feliz, pero -creemos- él no lo sabe. Después de esta felicidad miope, vamos tomando conciencia poco a poco de que estamos vivos, de que somos, y nos vamos inmiscuyendo en el lenguaje opaco de la realidad sin saber muy bien el porqué de tantas cosas. Más tarde, cuando la conciencia llega -después de haberse tropezado muchas veces por su ceguera- a un grado de realidad considerable, llega lo que Sartre llama la Naúsea y adviertes que mires por donde lo mires, nada tiene sentido. Que la vida es absolutamente absurda. Que ni siquiera existe la palabra absolutamente. Que cuánta razón tiene Pessoa cuando afirma que el único sentido oculto de las cosas es no tener sentido oculto. Y es en esta etapa nauseabunda donde las crisis existenciales proliferan, cuando la muerte sin nada es una realidad posible, que te han engañado, que la gente se engaña, que los dioses se han muerto o están bien escondidos, que sientes deseos de vomitar, como el protagonista de Sartre, que por mucho que los científicos se afanen en cuadrar el mundo, el mundo no cuadra.
Pero después de la Naúsea, ¿qué? Después de la Naúsea viene -y me criticarán por esto- el Humor. Y desde la cuerda del humor, que se nutre del sinsentido de la vida, que se alimenta del absurdo y al que no le importan la nada ni las respuestas, vivo todos los días riéndome del mundo y de mí misma, asombrándome del maravilloso misterio de la vida, comiéndome mis Naúseas, reinventando el universo y aprendiendo de Sartre, que estoy segura de que quiso que su libro no fuese una elegía al pesimismo, sino todo lo contrario: un manera fiera de despertar la conciencia. Y dar paso al compromiso de la vida.
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