sábado, 1 de diciembre de 2007

El miedo




El miedo irracional, esa sensación abstracta, a veces física, que se traduce en fantasmas, es una jaula abierta donde siempre posamos nuestros ojos con necesidad de aventura, tal es su veneno. La jaula, siempre abierta, es como el castillo encantado de la película donde el protagonista posa su mirada, sus manos y finalmente su cuerpo. Y entra. Entra para poblarse de fantasmas, de pesadillas negras, de un mundo que desconoce y le fascina. Cuando cae en las redes de la jaula habitada lo único que se le ocurre hacer es intentar matarlos. Pues le duelen. Y así malgasta su tiempo. La puerta siempre está abierta, pero él no puede dejar de destruir fantasmas, aunque ellos se multipliquen y se burlen con su apariencia difusa. Aunque quiera salir no lo hace, le tira la inercia de seguir refugiándose desesperadamente en las sábanas blancas de esos seres invisibles pero poderosos. Cerca de allí, miles de ventanas dan al mundo, pero los ojos del protagonista están cerrados. El presente le llama continuamente, pero él posterga su vida para cuando haya matado a todos los fantasmas. Así destroza su felicidad, limitado por su ceguera, por sus circunstancias, pegajosas. No entiende, no ve, y hasta que no abra los ojos no dejará de hundirse en lo irreal. No sabe que el miedo no hay que derrotarlo para poder vencerlo. Sólo hay que dar un paso hacia la puerta. Y simplemente salir.

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